Inevitables y reales los
efectos de la vejez: la piel apergaminada, los músculos flácidos, el cabello incoloro, los sentidos reducidos, los temblores y disfunciones corporales… Las restricciones por desgaste. Asustan y el duelo por la
belleza y potencia física es ineludible y a veces punzante.
Pero lo más aterrador de la
vejez, es la vejez internalizada, esa que se instala en la mente y el corazón,
que corroe el alma, el enemigo interno apocalíptico, derrotista, devaluador,
que susurra permanentemente catastróficos oráculos, y asume el prototipo de
“viejo” de la sociedad “joven” con culpa, embarazo y humillación. Ubicandonos ahi miramos hacia
atrás con tenaz nostalgia en lugar de gratitud por lo bien vivido, desdeñamos
nuestro cuerpo sin valorar el habernos traído hasta acá. Revivimos las
tardías culpas en lugar de actualizar el perdón, los fallidos intentos de éxito
en lugar de la emoción del viaje realizado, los agravios y desencuentros
familiares en lugar de la apertura del corazón, el encierro laboral en lugar de
la libertad, lo sembrado sin cosecha y no lo que aún queda por sembrar, los
sueños obsoletos en vez de abrir la mano y soltar. Vivimos en el pasado, mientras el exiguo presente se evapora.
Por ahora, mi estrategia anti vejez, incluye no "asumirla".
Por ahora, mi estrategia anti vejez, incluye no "asumirla".