Cuando rememoro a la única abuelita que conocí, intento recordar qué hacia durante todo el día. Ciertamente mermeladas, tejido o crochet, leer. Y viajar!.

Mi madre en cambio detestaba viajar, cocinaba por obligación, y fue una abuela más astuta: cedió a su marido la tarea de entretener nietos, y cocinar para ellos, dedicándose a sus pacientes de fisioterapia y en su vejez a recrear su historia personal en sus memorias. Ella fue una ávida lectora, hablaba 5 idiomas, y se casó por tercera vez a los 59 años.

Estamos en el sigo XXI. Las abuelas de hoy somos más jóvenes, más dinámicas, más cuestionadoras y más demandantes. Reconozcámoslo: para nuestros nietos estamos mucho menos disponibles. Pero que ellos admitan que estamos más vigentes. Y eso no es gratuito: nos cuesta esfuerzo, destellos de lucidez y adaptación al ritmo de la nueva era.

El tema merece algunas reflexiones de abuela en ejercicio.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

el amor en tiempos de abuelez


Maravilloso es el ser humano, en su capacidad de renovación. Cuantas veces renace de sus despojos, recrea la esperanza, desenreda sus marañas, pulsa cuerdas herrumbradas que producen nuevas sonoridades. La guadaña cuya sombra  nos ha estremecido, cambia de perspectiva a la luz nueva, y el tiempo se expande en el día a día reverdecido. Los caminos a descubrir incitan al viaje. Los pensamientos como mariposas revolotean libres.  "No hay edad para el amor" deja de ser un slogan condescendiente. Instalada en el amor en su mas vasto sentido, tienta recrear el amorcito más perfecto a todos los ya experimentados, o mas esencial, o mas leve, o mas luminoso. Quizás la "madurez" es la capacidad de perfeccionamiento luego de ensayos más o menos fallidos. 

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